Salgo a la calle y veo orbes dorados de álamos danzando sobre un cielo azul. Los álamos temblones están flanqueados por la cúpula arqueada de la Catedral del Sagrado Corazón, en el campus de la Virginia Commonwealth University de Richmond. Los muros de piedra caliza blanca de la catedral, las hojas moteadas que caen hacia el invierno, la uniformidad del cielo azul que se despierta ofrecen una aguda sensación de claridad —claridad de mente, de propósito—de esa manera precisa que sólo puede dar la madrugada. La misma claridad que leí el día anterior en un graffiti mientras caminaba por las calles de ladrillo rojo de Richmond, junto a la imagen de la mano extendida de Harriet Tubman: Nuestras vidas empiezan a terminar el día en que guardamos silencio sobre las cosas que importan.
Últimamente, la cuestión del silencio ha sido una reprimenda constante. ¿Has "hablado" en contra de la guerra? ¿Por el bando "correcto"?
¿Has utilizado las palabras adecuadas? ¿Te has arriesgado con tus dedos marchando por una pantalla enfurecida?
Me siento en un columpio fijado al porche del alojamiento donde he pasado el fin de semana en una conferencia y espero a mi transporte. Casi nunca estoy sola en la madrugada del domingo. Mis hijas están a varios cientos de kilómetros. El campus de la universidad está en silencio. Dejo que los rayos de sol bailen sobre mis párpados y conjuro las preguntas planteadas por el documentalista Sayre Quevedo durante su charla del día anterior en el Festival de Podcast Resonate 2023:
¿Cuándo estoy feliz y cuándo triste?
¿Cuál es la diferencia?
¿Qué necesito saber para estar viva?
¿Qué hay de cierto en el mundo?
Mi ensoñación se ve interrumpida por la vibración de mi teléfono. Creo que es el taxi, pero no, es mi amiga Maya, que me envía un mensaje de texto desde debajo de la Cúpula de Hierro, a 8.000 kilómetros de distancia.
"Una visión tan limitada del conflicto de Oriente Medio es lo que está poniendo a tanta gente inteligente como tú en el lado equivocado de la historia", escribe. "Es tan trágico, de verdad".
La brisa agita las hojas y ella continúa. "¿Con cuántos israelíes has hablado antes de publicar tu postura 'moral'?".
Me lo esperaba, pero mi corazón se acelera. Me digo a mí misma que no voy a ocuparme de esto ahora, pero ya estoy elaborando una respuesta en mi mente.
¿Con cuántos palestinos has hablado antes de decidir que merecen morir?
Pero no respondo. Intento aferrarme a las hojas brillantes, a este soplo de silencio, a la ralentización de mi corazón en el pecho.
Nuestras vidas empiezan a terminar el día en que guardamos silencio sobre las cosas que importan.
Maya está diciendo su verdad, una versión de la verdad, lo que necesita decir para seguir viva.
Está enfadada por un artículo que compartí el día anterior, un artículo que edité sobre la solidaridad palestina en América Latina y la sangrienta historia del apoyo militar israelí a los regímenes militares más decadentes de la región.
"Esto no es América Latina" escribe Maya, y claro, no se equivoca.
Pero América Latina es lo que yo conozco, y es donde elijo alzar mi voz. Sus tierras y sus historias han sido mi hilo conductor.
De camino al aeropuerto pienso en una obra que vi hace poco de la artista cubana María Magdalena Campos-Pons en el Museo de Brooklyn. Es una fotografía de la artista, con el cuerpo pintado del color blanco de Orisha Obatalá, creador del mundo y de la humanidad. Obatalá es la fuente de todo lo que es puro, sabio y compasivo. El cabello de la artista está trenzado y sus trenzas se mantienen erguidas. De cada trenza cuelga un hilo; juntos, los hilos rodean su rostro en una especie de encierro. Su mirada es desafiante. Como espectadora, tengo la impresión de que si pestañea, una lágrima podría soltarse de sus ojos.
En su pecho, unas letras están grabadas en la pintura blanca:
PATRIA UNA TRAMPA
Gran parte de la obra de Campos-Pons se inspira en la teoría del Tercer Espacio del académico Homi Bhabha, o el "espacio intermedio" de las identidades culturales moldeadas por la migración y la colonialidad. El curador de arte Okwui Enwezor describe su obra como una "serie de conjunciones: raíces y rutas, orígen y desplazamiento" que trazan los fragmentos de su movimiento a través del tiempo y el espacio. Son fragmentos arraigados a un núcleo ancestral, que mantiene una conexión vital con el linaje ancestral de su madre, a menudo representado a través de raíces de cabello.
En una imagen adjunta, Campos-Pons tiene los ojos cerrados. La pintura de su cuerpo es espesa y gotea por su cuello. Inscrito en su pecho:
LA IDENTIDAD PODRÍA SER UNA TRAGEDIA
"El cuerpo es una metáfora, esto no es un autorretrato", ha dicho Campos-Pons sobre la serie. "Lo personal es un vehículo para narrar una historia más compleja". Pienso en cómo lo personal se distorsiona y se aplana en una pantalla, en todo el ruído que hay detrás de las cosas que compartimos o no compartimos. En cómo nos reducimos a identidades, gestos, declaraciones.
Ausencias.
"Mi trabajo de los últimos 35 años aborda la poscolonialidad y las complejidades que enredan las narrativas, las conexiones y la dependencia mutua del Norte y el Sur", afirma Campos-Pons. "Mi trabajo habla de un conocimiento y una tradición ancestral para dar voz a las narrativas más oscuras con gracia y elegancia estética".
En la guerra en Gaza, las complejidades y dependencias del Norte y el Sur están hiper-concentrados en una torturada franja de tierra. "De la tierra al mar" se lee como una llamada a la liberación y simultáneamente como una invocación a la aniquilación. Las vidas se pesan, se desechan, se elevan, se extinguen en un solo
orden,
Titular
calificativo,
like,
compartir.
Un amigo mío que trabaja en un prestigioso podcast de noticias me contó que discutió con sus superiores sobre la cuestión de insertar la palabra “personas” (o pueblo) después de “palestinas” al referirse a las víctimas mortales. Según ellos, "pueblo" ya figuraba en la referencia al número de muertos israelíes, y la repetición rompe el flujo radiofónico.
¿Es la omisión una forma de silenciamiento? ¿O se trata simplemente de una elección estética? Campos-Pons nos dice que nuestras elecciones estéticas importan, que debemos encontrar formas de narrar nuestras historias más oscuras con gracia.
Cuando Rashida Tlaib—la única palestina estadounidense en el Congreso—es censurada por invocar su territorio ancestral, desde el río hasta el mar, se trata de una supresión. Es un gesto público y salvaje de cortar la posibilidad de que la gente esté expuesta a una voz disidente.
"No puedo creer que tenga que decir esto", dijo Tlaib en la Cámara, "pero el pueblo palestino no es desechable". Lo que ella denominó "un llamamiento aspiracional a la libertad, los derechos humanos y la coexistencia pacífica" es considerado por demócratas y republicanos por igual como "promoción de falsas narrativas".
Patria es, en efecto, una trampa.
El mes pasado, vi una exposición de las obras del artista vietnamita Tuan Andrew Nguyen en el New Museum. Titulada "Radiant Remembrance" (Recuerdo radiante), la muestra presentaba proyectos de cine y videografía que tratan temas de desplazamiento, animismo y memoria material. En un extremo de la galería colgaba una campana reconfigurada hecha con una bomba M117 sin explotar que había sido lanzada desde un avión estadounidense durante la guerra de Vietnam. La artillería convertida en campana, al golpearla con un mazo produce una vibración de 432 hercios, una frecuencia que se cree que resuena armoniosamente con el cuerpo humano. Suspendida de una estructura de soporte que representa elementos de las pagodas tradicionales vietnamitas, la obra de arte y su reverberación se hacen eco de la rica y compleja historia de Vietnam; un símbolo encarnado de sanación sónica.
En la videoinstalación inmersiva "The Specter of Ancestors Becoming", (El espectro del devenir de los antepasados) Nguyen explora el legado de los tirailleurs, soldados de los territorios coloniales franceses de Senegal y Marruecos que fueron alistados para combatir los levantamientos anticoloniales del Viet Minh durante la Primera Guerra de Indochina (1946 - 1954). El proyecto se realizó en colaboración con descendientes de tirailleurs de África Occidental y se basa en cartas reales e imaginarias para dar vida a diálogos con antepasados fallecidos sobre temas de exilio, dislocación cultural y repatriación.
En una escena, un joven senegalés-vietnamita discute con su padre en lo que parece ser el ornamentado despacho de éste en Dakar. El padre se ha negado a conocer a su nieta porque ha sido bautizada con el nombre de la madre vietnamita del hijo, una mujer a la que nunca ha conocido. El hijo fue criado sin saber nada de su madre biológica, haciéndole creer que desciende de una línea materna senegalesa. Las sutiles pero elegantes curvas de sus ojos delatan una verdad más profunda. La exposición está concebida para que el espectador se sitúe en medio de cuatro pantallas circundantes, cada una de las cuales representa una escena o perspectiva diferente: la del padre, la del hijo, dos figuras que practican Võ Vi Nam, un arte marcial tradicional vietnamita, y la de un narrador que lee el diálogo como si fuera una carta, hablando en nombre del padre y del hijo. Aquí Nguyen complica la cuestión de la narración, oscureciendo quién es el que habla, quién es el que escribe la carta, quién es el transmisor de las historias que nos contamos sobre quiénes somos.
La madre, por supuesto, está ausente. Nunca se la nombra, nunca se la ve.
Pienso en la cuestión del nombramiento cuando Maya me envía un artículo de opinión del New York Times sobre las simpatías silenciosas que rodean a los rehenes israelíes tomados por Hamás, cuando me encuentro con sus rostros pegados en las calles de Nueva York, algunos pintarrajeados y destrozados.
¿Qué pasa con los rostros de las casi 7.000 mujeres y niños asesinados en Gaza, que nunca pidieron esta guerra?
O, de hecho, los rostros de las docenas de trabajadores agrícolas de Tailandia que fueron asesinados o secuestrados por Hamás, que trabajaban en campos que no estaban protegidos por la Cúpula de Hierro de Israel, que estaban alojados en caravanas y contenedores que no estaban equipados con los refugios antimisiles que son estándar en los hogares israelíes.
En un reciente episodio del podcast El Daily, el periodista David Shipler dice a Michael Barbaro que tanto palestinos como israelíes están presos por su propia historia, incapaces de ver más allá o a través de las historias de orígen que han dado forma a sus vidas y a sus adversarios.
¿No estamos todos presos, en cierta medida, de las historias que nos contamos sobre quiénes somos? ¿Tiene razón Campos-Pons al afirmar que la patria es una trampa, que la identidad es tragedia? Y si es así, ¿cómo podemos salir de los relatos que nos atan y a veces nos condenan?
Durante su intervención en el festival Resonate, el artista Sayre Quevedo compartió un clip de un grupo de pájaros en vuelo, con sus movimientos murmurando a través de la pantalla, bajo la pregunta:
¿Cuándo me sentí conmovido por última vez?
Durante los dos días que duró el festival, Sayre fue la única ponente que mencionó la actual guerra en Gaza, entre un grupo de unos 200 periodistas, aparte de un guiño al final por parte de los organizadores sobre los al menos 37 periodistas—32 palestinos-—que han muerto hasta ahora en la guerra.
¿Se nos permite conmovernos en tiempos de polarización y guerra? Si compartimos pequeños momentos de alegría—entre nosotrxs, en las redes sociales—¿estamos faltando al respeto a las víctimas de una campaña de destrucción continua? ¿Podemos admitir que el pueblo palestino, asediado por la ocupación, los bombardeos y la invasión terrestre, aún debe buscar momentos de risa, de alegría y de esperanza en el contexto de guerra?
¿No es la conmoción, el sentimiento de ser agitado, conmovido, sacudido, lo que nos recuerda que estamos vivos?
Todas las preguntas proceden de un linaje, dice Sayre (y Campos-Pons y Nyugen y Homi Bhabha'). Así que tal vez nuestra tarea consiste en rastrear ese linaje, asimilar las partes dolorosas o desagradables, celebrar las partes felices y verdaderas, y preguntarnos si la supervivencia de nuestro propio linaje se ha basado en la supresión o la extinción de otro. ¿Podemos mirar a nuestros supuestos adversarios con gracia? ¿Podemos sostener nuestros relatos más oscuros con ternura y cuidado?
No se trata de simplificar un conflicto profundamente complejo y desgarrador, especialmente para quienes buscan sobrevivir a diario bajo su peso. Pero para aquellos de nosotros que estamos lejos, que luchamos por delinear las formas y contornos de la solidaridad: nuestras palabras, nuestros gestos, nuestras decisiones importan. Toni Morrison dice: “La libertad es… poder elegir de qué cosas quieres ser responsable".
He decidido montar un diario—en mi mente, quizá en papel, quizá sólo en el revoloteo de las hojas de los álamos y la danza de la luz del sol sobre mis párpados—de los momentos que me conmueven, que me hacen detenerme, que suspenden el flujo de la respiración a través de mis pulmones.
El sentido se construye a partir de esos momentos, son lo que necesitamos para seguir vivxs.